En el marco del 8 de marzo, compartimos el relato de un viaje entre compañeras. Una mirada a la desafiante realidad que viven las mujeres indígenas, que pese a los riesgos, no derriban sus fuerzas y las ganas de surgir, resilientes y poderosas.
Todo comienza en la biorregión amazónica, aquella que rompe las fronteras para unir al Ecuador con el Perú. Se trata de un viaje a través del río Amazonas junto a Zoila Merino, lideresa indígena de la nacionalidad Bora, quien estuvo encargada de coordinar el proyecto de manejo sostenible de productos no maderables de la organización indígena ORPIO (Organización Regional de Pueblos Indígenas del Oriente ubicada en Loreto-Perú). Zoila venía algunos meses contándome acerca del deseo de las mujeres de su comunidad por vender sus artesanías, y de la preocupación en común por proteger sus territorios frente a la continua degradación del bosque.
Para cuando la visité en Iquitos, ciudad amazónica peruana, Zoila había logrado conseguir un pequeño fondo gracias al apoyo de una alianza indígena llamada Cuencas Sagradas, para realizar un proyecto que unificara su preocupación por el cuidado del bosque y el desarrollo económico productivo de las mujeres indígenas. Es así que en búsqueda de conocer más sobre esta iniciativa, decidimos tomar un ferry para navegar el río Amazonas hacia Pucaurquillo, comunidad situada en la ruta entre Iquitos y la triple frontera de Perú, Colombia y Brasil, donde se ejecutaría el proyecto.
Fueron ocho horas río abajo hasta llegar al puerto de Pebas, un pequeño poblado en la ribera del río Amazonas, en donde arribamos avanzada la noche y decidimos pernoctar. A la mañana siguiente, apenas salimos del hospedaje, los saludos hacia Zoila no se hicieron esperar. Las señoras del mercado y vecinas la reconocieron. Todas tenían algo que hablar con ella. Se tomó unos minutos para atenderlas. Nos enrumbamos luego hacia Pucarquillo, comunidad habitada por los Bora y Huitoto, nacionalidades indígenas tan ancestrales como los Shuar y Kichwa que habitan la Amazonía ecuatoriana.
La breve travesía en mototaxi a través del bosque fue una pincelada de magia que estábamos por descubrir. Ni bien llegamos, encontramos un grupo de mujeres que trabajaba bajo el pórtico de una maloca. Habían recogido hojas del árbol de la chambira, por lo que abuela, madre y nietas estaban en plena faena para convertirlas en fibra.
Nunca había visto el trabajo que realizan con la chambira. Solo recordaba los tradicionales bolsos que se suelen comprar como souvenir cuando se visita la selva oriental del Perú. “Es difícil hermana, ahora vamos a ir a la chacra para que veas cómo se saca”, me dijo Zoila al notarme asombrada por el desfibrado. Caminamos un poco más adentro de la comunidad hacia casa de Telma, una de las artesanas parte de la empresa de Mujeres Tejedoras Bora de Pucaurquillo, quien nos ayudaría posteriormente a entrar a una chacra. Dejamos algunos víveres que habiamos comprado para el almuerzo que su hermana preparaba, y enrumbamos juntas.
Había pasado tiempo desde que Telma entraba a su cultivo, por lo que le costaba recordar la ruta exacta. Entretanto, un buen grupo de mosquitos, zancudos, y al menos cuatro avispas habían tenido buen banquete conmigo, pero ni Zoila ni Telma habían sido picoteadas. “¡Ahí está !” gritó Telma mientras señalaba con el machete un árbol de largas y filosas espinas. Pude ver algunos tumbados y otros en pie, en lo que comenzaron a machetear. Mientras tomaba una rama del suelo repleta de espinas y deshojaba sus afiladas hojas, Telma comentó: “No sacamos el árbol completo, solo lo que vamos a utilizar: las hojas. Los que están en el suelo, estaban débiles. Por eso han caído. Nosotras no matamos al árbol”.
De regreso al pueblo, fuimos a casa de Alejandrina para seguir conociendo el proceso de trabajo de la fibra. Allí más compañeras de la asociación de artesanas se unieron a la visita. Todas compartían nuevas ideas de diseños y técnicas de tejido que habían descubierto o que querían experimentar. Alejandrina me preguntó si había visto la fibra en colores, y alistó todo para comenzar a teñir y mostrarme. En una olla, puso la chambira hecha fibra con un poco de agua y prendió el fuego. Removió constantemente y, sólo hasta que el agua calentó, puso el tinte color azulino. “Este es tinte sintético, pero solemos usar tintes naturales. Lo sacamos de las plantas. Cada una sabe dar su color”.
Luego de terminar el teñido, todas decidieron encontrarse en casa de Telma. De esta forma, se reunirían también con las participantes de la Empresa Comunal de Trabajadoras de Chambira de Huitotos de Pucaurquillo, el otro grupo de artesanas con quienes articulan la comercialización de productos.
Poco a poco fueron llegando y cerca de quince mujeres se sentaron en la vereda y el piso de la entrada para compartir juntas sus obras. Algunas tejían canastas, y otras hilaban la fibra. Una de las más jóvenes solía dedicarse al hilado, podía notarlo por las cicatrices en sus piernas, producto de los finos cortes por torcer la chambira.
Zoila le comentó al grupo sobre el taller que estaba por realizarse y de los diseños que desarrollarían. En los siguientes días, una diseñadora vendría a la comunidad para capacitarlas en creación de marca, diseño de producto y mejora de acabados. La expectativa de las artesanas coincidía en las ansias por aprender nuevas técnicas, y de hacer de su trabajo, un ingreso estable para su economía familiar. Precisamente, Zoila además de coordinar el proyecto, se dedica a la comercialización de los productos. Ella recoge el trabajo de las artesanas, los vende en ferias artesanales en distintas ciudades del país y distribuye los pedidos en la comunidad.
Pronto las estrellas alumbraron el cielo y las artesanas retornaron a sus casas para atender la cena de sus familias. Las tardes y lo último de la noche suelen ser los momentos libres para tejer, luego de atender a los hijos y al esposo. Y es que la artesanía de la chambira demanda mucho esfuerzo físico, pero es una labor que se acomoda a la agenda diaria de las mujeres indígenas, quienes suelen realizar labores de cuidado en sus hogares, por lo que lograr la autonomía económica es un verdadero reto.
No se trata solo de vender artesanías, sino de contar todo lo que está detrás de cada pieza. Posicionarse de forma sostenida con identidad, innovación y calidad. Para estas mujeres, el abanico de oportunidades se abre con conocimiento y tecnología; herramientas para desarrollar estrategias colectivas y así crear nuevas formas de economía adaptadas a los tiempos de la virtualidad, pensadas por ellas mismas, desde y para el territorio amazónico.
Nos despedimos de Pucaurquillo en el puerto de Pebas mientras esperábamos el ferry, en plena oscuridad. Viajamos de regreso con mucha emoción por todo el potencial que proyectos como este, de bioeconomía (economías generadas a partir de productos y procesos responsables con el bosque), significan para las mujeres indígenas. Mujeres que atraviesan ríos y adversidades para poder encontrar formas de autogestionarse, de crecer, de apostar por procesos que las fortalezcan desde la sabiduría que solo se conoce en las comunidades. Sabiduría que se hereda entre generaciones y que es, a la vez, coherente con el bosque y responsable con la madre naturaleza.
Foto y texto: Lorena Mendoza Egúsquiza, comunicadora de la Alianza Cuencas Sagradas.